Articulo de opinión de Manuel Lamela para la revista Buen Gobierno Iuris Lex de el Economista

Economia competitiva y reforzada, versus  “economia feminista, humanista, inclusiva y ecologica”

Los de cierta edad, asistimos atónitos cada día a no pocos cambios y novedosos planteamientos que intentan transformar nuestros modelos socio-económicos y productivos, sin duda muy mejorables, pero que han permitido, a nivel global, razonables cotas de estabilidad y crecimiento, así como el afianzamiento de una “sociedad del bienestar” caracterizada por unas clases medias cada vez más amplias y sólidas.

Si bien es cierta la afirmación de que el Estado del Bienestar es uno de los mejores “inventos” de las sociedades europeas, no es menos cierto que en los últimos años (no pocos), Europa se ha dormido en los laureles y se ha dedicado más a la cosmética de la economía social que a la economía del crecimiento y sostenibilidad económica, como si el ser competitivos, tener un tejido productivo sólido  y generar riqueza y estabilidad no fuera lo “más social” que se puede hacer tanto a nivel de la UE como a nivel de país.

Detrás de esta “cosmética” de lo políticamente correcto se ha pasado a hablar de otros conceptos de economía como, por ejemplo, la “economía circular”, la “economía digital”, “la economía verde”, la “economía azul” o la “economía silver”. Estos conceptos que se refieren a políticas y actuaciones que forman parte del Estado de bienestar social, han llevado y llevan a la UE y a sus Gobiernos a adoptar decisiones que, cada vez en más ocasiones, no favorecen especialmente el crecimiento económico, anteponiendo en muchas ocasiones el discurso amable de lo políticamente correcto a medidas que fortalezcan realmente la competitividad de nuestras economías en un mundo cada vez más complejo y globalizado.

Desde que Esping-Andersen en 1990 hablara de tres modelos de Estado de Bienestar en Europa (liberal, conservador y socialdemócrata) las cosas han cambiado radicalmente como consecuencia de múltiples factores económicos y culturales y  del del giro social, político y económico, que ha supuesto, entre otras cosas, la llegada de los populismos (de izquierda y de derecha) que arrastran a no pocos gobiernos a promover políticas y decisiones que suponen, en el medio y largo plazo, un auténtico  “desarme” de nuestras economías en beneficio de países con modelos de economía dirigida o intervencionista y sobre todo en beneficio de países emergentes.

El Banco Mundial, no tiene dudas al respecto al afirmar que, en el 2050, el 85% de la población vivirá en países emergentes y al reconocer y certificar una pérdida creciente de competitividad de la economía europea más centrada en el consumo y la sostenibilidad que en la industrialización y la productividad.

En este contexto, mientras otros producen a bajo coste, nosotros en el marco europeo tendemos a regularlo todo dentro del mercado interno y no dejamos de consumir productos de mercados exteriores. Además, llegó la pandemia y hemos sido también testigos del creciente populismo o de conflictos territoriales como la Guerra de Ucrania, que puso claramente de manifiesto debilidades y carencias de una economía (la de la UE) débil y en decadencia con escasa capacidad de respuesta y menos capacidad de liderazgo. El propio Draghi, en su informe del pasado año, explica la evolución de la brecha económica con USA señalando que en el 2000 la renta per cápita de USA excedía a la de la UE en un 69% mientras que en le 2024 excede en un 83%. La explicación: mayor productividad, energía más barata, mejor fiscalidad y menor intervencionismo regulatorio. En el periodo 2019-2024, la eurozona produjo más de 13.000 reglamentos, leyes y normas regulatorias mientras que USA implementó 3.000.

Es en esta situación de obsesión regulatoria y de debilidad, en la que el populista Trump, nos obliga una política de defensa propia, con una enorme inversión urgente en rearme, y a pagar desorbitantes aranceles (sin duda abusivos e injustificados) que perjudican y agravan nuestras economías. Sin duda, es momento de dejarnos de buenismos y de lo políticamente correcto y diseñar, planificar y ejecutar una política económica europea propia en la que tengamos claro que frente a “America First”, seamos “Europe First” y en el que nuestra estrategia no sea otra que (parafraseando a Trump) “Make Europe Great Again”.

Es el momento de olvidarnos de discursos “bonitos”, demagógicos y vacíos de contenido o con contenido imposible o engañoso, como los que nos tiene acostumbrados nuestra vicepresidenta segunda del Gobierno cuando hace unos días propuso una “economía feminista, humanista, inclusiva y ecológica” unido a la reducción de la jornada laboral no ya a las 37,5 horas, sino a 32 horas, como señaló el pasado sábado 29 de marzo en el congreso de SUMAR.

Es el momento de desterrar los populismos de todo signo político que tanto daño han hecho y hacen, y apostar, más que nunca, por gobiernos fuertes, capaces de tomar decisiones estratégicas de calado, ya urgentes, sin pensar en el rendimiento electoral de las mismas. Es el momento de reforzar a la UE desde la unidad, sin complejos, y poner en valor la fuerza de un mercado de 450 millones de consumidores, potenciando el desarrollo de un tejido productivo e industrial para hacerlo competir, en situación de igualdad, en el mercado mundial, con cualquier otro.

Hoy quizás sea momento de recordar la célebre frase de Winston Churchill, del 13 de mayo de 1940, y decirnos a nosotros mismos que es momento de “sangre, sudor y lágrimas” para que la UE vuelva a ser la potencia económica y política en el Mundo, para la que fue creada en 1951, con los ambiciosos objetivos de Maastrich de 1993.

Manuel Lamela Fernández, Socio Director

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